Todo cuanto es posible negarse es mentira. Solo cuando has negado algo hasta llegar al verdadero extremo de la negación (un punto que pocos se dan el gusto de conocer) y aún así, vence por su peso una verdad frustrada, abatida y cercenada, es válido aceptarla. Para quien lo haya experimentado, sabe su precio y la afirmará ahora con la misma terquedad que implicaba en negarla primero. BIENVENIDO AL REVIEW

Tuesday, November 29, 2005

La prosperidad es la madre de todos los vicios

No hay peor tragedia que la prosperidad: produce el estancamiento. Sin duda la adversidad es campo fértil para la creatividad, el crecimiento y el progreso.

Sin embargo, no se puede dejar de ver a la prosperidad como una etapa más de un ciclo. Suele degener en estados retrogradas, lo cual de pié a una nueva etapa creativa. Cabe mencionar que mi referencia es mayormente hacia temas de diseño, música y arte. Mi más claro ejemplo es la década de los ochentas en la sociedad estadounidense: una etapa de hedonismo sobre la cual grandes vicios fueron fundados. El avance tecnológico y la ilusión de poder le dieron al hombre la fantasía de un "the future is now" que no fué fácil manejar. Surgieron diversos géneros hastiados de una satisfacción no plena, tornándola en compulsividad. Al explorar las corrientes más venenosas, se fueron creando estilos cuya mayor trascendencia fué el escarmiento.

El caos se genera cuando el hombre sale de su estado natural y se somete a la artificialidad. El balance se rompe, se pierde la coherencia y el raciocinio entra en conflicto con la voluntad. Si bien, este estado adverso es molesto, representa la oportunidad de conjugar oportunidades de crecimiento. Hay personas que vivimos molestas todo el tiempo, hemos estado tan acostumbrados a vivir intranquilos que la tranquilidad misma nos produce intranquilidad. Ese debe de ser el estado natural de un ser creativo, la intranquilidad.

La década de los noventas generó individuos sensibles del caos que produce la prosperidad y revolucionó tempranamente las corrientes (con la tranquilidad que dá aceptar que no se puede estar tranquilo) que filtraron los vicios y placeres hedonistas que los ochentas volcaron sobre ellos, armonizando el hastío del avance tecnológico con la naturaleza humana, convirtiendolo así en extensión de su misma naturaleza y no en un agresor, una adicción o un vicio.

Aquí viene de nuevo: retrograda necesidad de saturar una canción de inhumanidad. Espero intranquilo (como siempre) que termine este retro ochentero, no por que no lo disfrute, sino más por la necesidad de saber si el retro noventas será el refrito de la elocuencia noventera o será fruto de la necesidad de ponerle fin al cíclico incesante progreso-adverso que se ha venido revolcando durante los últimos 20 años.